Capítulo III: Inesperado Hallazgo

Sábado 05 de diciembre del 2015

Sonó el teléfono sobre el velador junto a mi cama. No quería contestar. Aún seguía durmiendo. Por fin había podido conciliar el sueño después de dos noches de insomnio, dos noches angustiantemente nostálgicas inundadas  de recuerdos.

– Hans contesta -. Gritó mi madre desde la cocina. Ya  eran casi las nueve de la mañana. ella, siempre se despierta temprano a  hacer mil y un cosas en la casa. Los sábados trabaja solo cuatro horas, por eso va más tarde. Extendí los brazos que me pesaban como si fuesen de plomo macizo. Cogí el teléfono con un ojo totalmente cerrado y el otro casi abierto, el mismo gesto que hacen los cazadores cuando apuntan a su presa o los francotiradores cuando localizan a su objetivo. Eso lo vi en la tele. Lo de los cazadores me contó mi papá, en un chiste de  muy mal gusto que no vale la pena mencionarlo ahora.

-Hola -.  Dije con la voz cansada, muy soñolienta. Si por el teléfono se transmitieran los olores fusionados con el sonido, al otro lado podrían haberse apartado del auricular al oler mi mal aliento de madrugada. Pensé en  lo bueno que resulta, que aún no se pueda  hacer ese tipo de cosas a través de las ondas electromagnéticas.

– Hola hijo disculpa que te haya despertado.- Era el señor Borni. El papa de Noelia. En cuanto lo escuché mi mente se quedó en blanco ¿Para qué me llamará? Siempre me apreció mucho.  Me quería como a un hijo, eso decía siempre que me veía. También decía a sus amigos que Noelia y yo  formábamos una pareja espectacular,  decía que cuando nos casemos contrataría a una revista muy  conocida para salir en la portada o en fotos enormes en la sección de sociales, que para ese día será más de la mitad del contenido y que nos pagaría la luna de miel. Continuamente decía cosas bonitas. Pero hacía mucho tiempo  que no me llamaba.

– Señor Borni.- le contesté aclarándome la garganta. Sin poder ocultar mi emoción por escucharlo. No me había llamado  desde setiembre.  La última me vez que me llamó, fue cuando  vio llorar a Noelia  y supuso que era por culpa mía. Me dijo que si  teníamos algún problema lo hagamos saber para que él nos  ayude a solucionarlo. Ese día Noelia se molestó conmigo porque le había desecho  una trenza en un reto que nos propuso Margarita y no pude volver a tejerla como antes y perdimos el juego. – Es un placer escucharlo-. Respondí.

– Igualmente -. Afirmó suavemente – ¿Algún plan para hoy? – Preguntó

-No ninguno. – Contesté. Desde que ella ya no está, ya no tengo nada que hacer los fines de semana a parte de ir al psicólogo por las noches cuando mis papas se desocupan. Cuando no pueden llevarme,tengo terapia online.

– Ven hoy a almorzar con nosotros, a Bany  y a mí nos encantaría que nos acompañes

– No hay ningún problema en un rato estoy ahí-. Colgué el teléfono emocionado. Después de muchos días estaría con ellos, estaría con una parte de ella. Esta sería una forma de  tenerla cerca. Un día mi psicólogo me dijo, que si quería olvidar a alguien sin sufrir, debía estar más cerca  a ese alguien. No sé qué quería decir mi psicólogo, ni por qué esa frase me vino a la cabeza porque yo no quiero olvidarla. Estoy bien así.

Me bajé de la cama de  un salto,  hacía mucho tiempo que no me levantaba así. Ingresé a la ducha, abrí el agua fría. Salí corriendo por la toalla que había dejado colgada en mi ropero. Volví a entrar.  Me bañé y salí a la cocina, di un beso a mi mamá, mi papá ya no estaba. Siempre sale temprano estos días. Creo que está haciendo horas extras en su trabajo.

Era evidente que estaba diferente, el rostro me había cambiado, podía sentirlo sin la necesidad de tocarlo. Mi mamá lo noto. Sonrió en silencio. Me senté a la mesa y agarré un pan con salchicha.

– El señor Borni me invitó para ir hoy a almorzar en su casa-. Mi mamá asintió.

Me dijo que me llevaría y me dejaría en la puerta y de ahí pasaría por su oficina a recoger unos documentos por que hoy trabajaría desde la casa. Solo hacía eso cuando tenía que prepararle algo especial a papá y ese día sí que tendrían la tarde solo para ellos. Papá regresaría a la una de la tarde.  Quizás deseaban pasar tiempo conmigo, aunque no creo porque no me habían comentado nada. Los fines de semana en mi  familia siempre llegan acompañados con bombos y platillos.

Desayuné sosegado, luego esperé a que mamá se cambiara de ropa. Yo salí listo de la ducha.  El verano está cerca y ya empecé sentir un  poco de calor, así que me coloqué una bermuda clásica de color azul, una camisa beige de rayas blancas y  unas converse negras.

El coche  de mamá tenía malogrado el aire acondicionado. Así que no me arrepentí de  haber ido con ropa corta. En el trayecto no hablamos gran cosa.  Me preguntó cómo  iba en el colegio, que si ya estaba en exámenes finales, que si ya sabemos a dónde iremos de viaje de promoción, que si ya sé  que orquesta tocará en la graduación, que si este año tendré diploma y todas esas preguntas que hace una madre que quiere conversar de cualquier cosa con su hijo para evitar el silencio, sin tocar nada personal, porque teme escuchar las respuestas de las preguntas que no se atreve a  hacer.  Yo, claro le contesté casi puras mentiras. En resumen, mis respuestas más usadas fueron  sí y no.  

Me distraje mirando a través  de las lunas polarizadas, lo diferente que se veían los paisajes, de tras de la oscura cubierta todo era más melancólico y sombrío, como si la luz hubiera intentado huir  de aquella escena.  Así es mi vida ahora sin Noelia, como si el cristal transparente que había en mis ojos hubiese sido cambiado por otro mucho más oscuro.

– En que piensas- Dijo mamá. Advirtiendo que ya no le prestaba atención.

– En el cielo y por qué es tan infinito.- contesté. Ella se quedó en silencio unos segundos.

-Sé que  todo esto es difícil para ti.- Envolvió con su mano mi escuálido hombro.- Pero tienes que ser muy fuerte.- Dijo con tono tranquilizador.

Asentí con la cabeza. Miré al frente y divisé  la reja dorada cubierta de madre selva que protegía a la mansión de los Borni. Nos acercamos rápidamente. Me despedí de mamá y toqué el timbre. Desde el portón observé los columpios solitarios moviéndose al compás del viento en los únicos guayabos del amplio patio.

– Pasa Hans-  Era la voz de la señora Bany.  Los sábados y domingos eran los días libres de sus empleados. Advirtió mi presencia a través de las cámaras. La última vez que vine estaban dañadas. Noelia preguntó una y otra quien era,  porque creía que era un impostor. Me hizo muchos acertijos. Recuerdo su última pregunta ¿Quién es el amor de tu vida? Tú, Noelia Borni Cruz. Contesté. Dijo que tendría que corroborarlo y no me abrió. Salió sonriendo con la llave en sus manos, me dio un beso y me hizo pasar.

– Gracias- Respondí a la señora Bany después de un largo silencio. Luego de un chasquido, el portón se abrió despampanante  hacia los costados.

Caminé mirando por todos lados, esperando ver a ella escondida de tras de algún arbusto como siempre lo hacía. No había nadie, salvo algunas golondrinas que revoloteaban perezosas alrededor de la pileta en el centro del patio.

El señor Borni y la señora Bany, salieron a mi encuentro cuando faltaba diez o quince metros para llegar a la puerta de su casa. Vinieron hasta mí casi corriendo. Me estrecharon fuertemente en sus brazos frente a la majestuosa mansión de estilo gótico. También los abracé fuerte, muy fuerte. Se quedaron sobre mis hombros en silencio un momento. No dije nada, sabía lo que ese silencio significaba.

– Gracias por aceptar venir – Dijeron en coro con la voz entrecortada. Me escoltaron uno a  cada lado y los tres al mismo paso nos dirigimos hacia adentro.

En las paredes de la sala seguían colgadas las mismas fotografías de Noelia organizadas en orden cronológico, desde sus primeros segundos de vida hasta meses antes de su muerte. Nada en aquella sala había cambiado, excepto, que ella ya no estaba ahí y nunca volvería a estarlo.

La señora Bany entró a la cocina a terminar el almuerzo. El señor Borni se quedó conmigo, sentado a mi costado en el mismo sofá. Me dio otra vez un abrazo.

– ¿La extrañas cierto?- Juntó su cabeza con la mía-  Nosotros también la extrañamos mucho. La casa está muy vacía desde que ella ya no está, tenerte acá es como tener una parte de ella entre nosotros – afirmó mirando al vacío.  

– Demasiado, no hay un solo segundo que deje de pensar en ella, por qué se fue y por qué de esa forma, ella no merecía morir así, no es justo. – Respondí intentando no llorar pero sin lograrlo. El señor Borni me arrulló en su pecho. Pensé que iba a consolarme pero no, también empezó a llorar. Él es un hombre muy rudo. Hasta hoy pensé que él  nunca lloraba.
– Hay  dolores tan fuertes del que las lágrimas no quieren ser prisioneras y huyen de prisa, como ahora.- Dijo acongojado

Lloráramos un rato y luego él cambió de tema. Como si los papás y mamás estuviesen programados, me hizo las mismas preguntas que mamá en el coche. Me limpié las lágrimas, con el fui  más honesto que con mamá, creo que él me  comprende más porque el dolor que compartimos es el mismo. Le dije que no iría de paseo, ni a la fiesta, que este año no tendré diploma y que no sé qué haré en vacaciones. Me sentí mejor al contarle la verdad. Otra vez me dio un abrazo éste sí fue un abrazo reconfortante como el que me dio papá el día  murió Noelia.

El señor Borni Prendió la televisión. No había nada  interesante que ver en cable y menos en la  televisión nacional. Puso un videojuego y jugamos un rato. Él era muy bueno en eso, siempre me ganaba. Pero hoy se dejó vencer muchas veces. Quizás   porque quería hacerme sentir mejor.

En cuanto nos aburría un juego poníamos otro. Así pasamos más de una hora. Reímos, yo después de mucho tiempo y al parecer él también, porque la señora Bany se asomó disimuladamente a la puerta escuchando nuestras risas y sonrió contenta.

-Pasen la comida está servida -. Dijo  después de unos minutos la señora Bany desde el comedor. Dejamos los videojuegos y entramos en seguida.

La mesa era mediana. Las mesas grandes que se usaban cuando tenían invitados se encontraban en la terraza y en el patio junto a la piscina.  Ésta la utilizaban cuando estábamos en familia. Siempre me consideraron parte de su familia. Desde el primer día en que la inocente y pecosa  Noelia (tenía pocas pecas, luego se las borró  con láser) de un poco más de trece años me presentó como su enamorado. Yo tenía catorce. Pasaron tres años desde aquel día, hoy  ella tendría 16 años, cinco meses y seis días

Había cuatro sillas, una a cada lado de la mesa. El señor Borni y la señora Bany se sentaron frente a frente en los lados más anchos. Me senté en el extremo más angosto.  Frente a mí quedó un asiento lleno de nada, de soledad y de tristeza. Faltaba ella, faltaba Noelia. Me quedé quieto contemplando el espacio vacío, ellos acompañaron mi mirada por un segundo.  Al unísono volvimos a nuestros platos y empezamos a comer.

– ¿Te gusta mi asado?- Preguntó la señora Bany.  Claro que me gustaba, es el mejor plato que ella sabe preparar.

– Sabe como la comida de  los dioses- Respondí.  Sonrió alagada. Algo mágico me abrió el apetito. Al cabo de unos minutos nuestros platos se encontraban tan vacíos como la silla que por alguna razón no deje de mirar,  con la única diferencia de que ellos se refregarían y volverían a ser usados muchas veces más con la misma comida, pero aquella silla volvería a tener a muchas personas sobre su esponjosa superficie, pero jamás a Noelia.

Durante el almuerzo hablamos  de todo, la señora Bany es experta sacando conversaciones, es una fuente inagotable de temas de conversación,  por eso no me sorprende que hasta el 2013 fue  presentadora de televisión, lo dejó por dedicar su  tiempo completo a Noelia, a su esposo y  a la empresa y porque la televisión dejó de ser lo que a ella le gustaba.

– Puedo entrar al cuarto de ella.- Pregunté despacio,  indicando con el mentón a la silla vacía.

– Claro,pasa.- Asintió el señor Borni.

Subí las escaleras de mármol blanco, caminé por un largo pasadizo decorado con cuadros futuristas. Me detuve en la  última puerta blanca y liza del fascinante pasillo, giré la cerradura plateada, y lentamente los marcos dorados de la puerta dieron paso a la recamara de Noelia. Pude sentir  su perfume en el aire. Yo estaba  ahí, donde ella pasó el mayor tiempo del mundo. Las paredes púrpura, casi moradas en un tono muy claro, me dieron la bienvenida al lugar que la había visto crecer, vivir y amar. Las cortinas violetas ligeramente abiertas,  dejaban pasar la luz hasta su cama que seguía tendida como ella siempre la dejaba. Sus cobertores perfectamente colocados y sus almohadas en fila. La almohada del centro tenía forma de queso y llevaba una frase “I LOVE YOU» “siempre velaré tus sueños ratona «. Es la almohada que le regalé, después que ella me diera un ratón de felpa, que hasta ahora no sé cómo hacer para que no se me caiga de la cama por las noches.

Su habitación, es la recamara más pequeña de la casa. Los espacios muy amplios la angustiaban.  Solo quería espacio para cosas importantes,  como su zapatera o su  closet en cuyas puertas se reflejaba  el mural lleno de fotografías nuestras en el centro de la pared opuesta.

No quería prender la luz, separé las cortinas lentamente y levante  los estores.  Pude ver toda la habitación perfectamente.  Con luz era tan hermosa como la recordaba. Volví hasta las fotos pegadas en la pared, son  las mismas fotos que tengo en mi cuarto, es  el mismo mural con una pareja de ratones dándose un beso en cada esquina.

Seguí mirando y el mural empezó  a recordarme algo,  se parecía  a algo que había visto hace poco, algo que sabía que tenía que recordar, algo que encontré, algo que no me ha dejado dormir en estos días.Sí, por fin lo recordé el mural tiene la misma forma que la pequeña postal que encontré junto al nido, solo que  a la postal le faltaba una esquina, una esquina que no encontré cuando fui a buscarla en el árbol, ni en mi ropa.

Ahora estoy seguro. La postal es de ella ¿Qué me quiere decir con una frase tan metafórica? ¿Acaso ella sabía que iba morir pronto? ¿Qué una…? No,  no… no puedo hablar de esto. No estoy preparado ¡Ella no sabía nada de lo que le iba a pasar, de eso estoy seguro!

Me quedé quieto un momento, me puse pálido, se me nublaron los ojos, casi me desmayo, me apoyé en la cama y  me senté a tomar aire.

La vista se me aclaró  paulatinamente y regresé al mural. A seguir mirando. Todas las fotos eran las mismas que yo tengo en el mural, desde el inicio de nuestro romance en la primavera del 2012, hasta hace poco. Siempre seleccionábamos la mejor foto de nuestros paseos o de nuestras fechas importantes para pegarlas en él.

La última fotografía es la que nos tomamos hace un poco más de un mes, había algo extraño en ella. Me acerqué lo más que pude para ver  las fechas exactas.  Noté algo extraño, algo que mis fotos no tienen, algo que no se puede observar desde lejos. Las últimas fotos están ordenadas por fechas descendentes, un patrón diferente al que usábamos siempre.  Las seis últimas tienen una marca en el extremo derecho, una marca similar a la  implantada con un lapicero que no pintaba o a las que  quedan cuando pasas el lápiz de color por la huella de un lápiz carboncillo que no pintó.

Todas las marcas en la fotografía  tienen el mismo tamaño y el mismo diseño.  Debió usar un sello. Tienen la misma forma que la postal y que el mural,  esta vez lo primero que advierto es que le faltan dos esquinas. Al centro con la misma fuente utilizada en la anterior postal dice: » El cielo es su destino»   y otra vez en letras mayúsculas TE AMO

¿Qu,me quiere decir con eso? No entiendo o no quiero entenderlo.

Margarita, hoy me envió un mensaje  de texto preguntando como estaba. Qué raro que se acuerde de mi después de tanto tiempo. Preguntar eso es irónico. Compartimos la misma  aula en el colegio. Eliminé el mensaje sin contestarla. Sus palabras me dan alergia. Es muy hipócrita.

Hoy tengo trazado el camino  para poder estar con ella otra vez  y ahora para siempre. Ya sé cómo hacerlo.

2 comentarios en “Capítulo III: Inesperado Hallazgo”

Deja un comentario